Solo estabas de paso.

Nunca volviste, solo estabas de paso.

Creí en tus palabras. Una parte de mí me advertía de que no era buena idea dejarte entrar de nuevo en mi vida, pero la otra mitad, siempre positiva, siempre creyendo que las personas son sinceras y reales, me dió permiso para dejarte entrar.
Esta vez era diferente. No era la casa del bosque acogedora, con la chimenea encendida, las mantas gruesas y calentitas, con el par de cajas de pizzas y de Coca-Cola.
Esta vez era oscura, incluso tenebrosa. Con telarañas en las lámparas que llevaban apagadas desde la última vez que la visitamos juntos... Y eso es desde hace mucho tiempo. Las mantas están roidas por las alimañas que habían entrado mientras tú estabas en otro corazón. Ni rastro de la comida tampoco. Y la chimenea estaba apagada con ceniza por todas partes.
Esté era el nuevo hogar. No tan cálido ni tan acogedor pero era mi nuevo hogar. Un sitio donde por las noches no era cómodo estar, porque la oscuridad había invadido parte y yo luchaba para conseguir frenarla.

No te esperabas aquello. No te esperabas a alguien tan roto, más roto que tú.  
Dudaste. Sé que te querías ir, era complicado para ti estar en un lugar tan hostil pero al final era nuestro hogar. El de ambos. Lo construimos juntos y lo hemos destruido juntos. 
Lo que no entendí es porque lo intentaste, porque me dijiste que estarías conmigo, que no estaba sola con ello. Que lo haríamos juntos.

Algo debió despertar en ti. Algún recuerdo de tu otro corazón, de tu otro hogar. Y cuando mi única mitad optimista vio como te alejabas, despacio, pero sin dejar ningún rastro para poder seguirte, se unió con la mitad dañada, con la desconfianza, el dolor, la rabia, la inseguridad... Y ya solo quedó ella. Más fuerte. Dos mitades que se unieron por el mismo motivo. El sufrimiento.

La pequeña casa del bosque cayó. No habia nadie que luchase. La oscuridad invadió el interior de ese hogar. De mi corazón.

Nunca volviste, solo estabas de paso.

V.

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